engo un amigo que se dedica a la animación infantil y que es
pecero, pero de los recalcitrantes. Ultimamente utiliza
mucho el tema de los piratas para organizar actividades
para los niños y niñas en campamentos y albergues, y anda a vueltas con las historias del Capitán Flint, el mítico pirata del libro “La Isla del Tesoro”, escrito por Robert L. Stevenson (una lectura muy recomendable, por cierto).
Lo cierto es que en los últimos tiempos se dedica a meterse conmigo porque soy usuario de Macintosh, para lo cual me lanza diversas directas o indirectas a ver si nos liamos a un combate de argumentos acerca de las virtudes de cada una de las plataformas. Generalmente trato de evitarlas, porque en el grupo de amigos y amigas hay mucha gente a la que estos temas tecnológicos más bien le aburren, pero la última razón que me dio para demostrar la superioridad de Windows sobre MacOS fue: “te puedo conseguir cualquier programa para PC gratis”.
Supongo que tanto andar con el tema de los piratas le habrá influído para llegar a esa conclusión. Ante tamaña calidad de argumento no me quedó más remedio que decir algo parecido a “¡Pues mira que basar la superioridad de una plataforma en la posibilidad de obtener copias ilegales de los programas en vez de una tecnología mejor!” ¿Será que Bill Gates y sus secuaces favorecen el pirateo de programas para que la gente compre máquinas Wintel? Al final, dándole vueltas al asunto, se me ocurrió escribir algo sobre la piratería de programas, la compra, la venta o el registro.
Hay tres formas b√°sicas de adquirir programas de manera legal para el Macintosh (y para cualquier ordenador).
Y luego están los programas comerciales, los de las grandes empresas de desarrollo. Esos mismos que cuestan una pasta y vienen en una caja preciosa, con manuales, disquetes, CD-ROM y tarjeta para registrarte a cambio de una serie de ventajas enormes, por ejemplo, recibir periódicamente propaganda para que compres nuevos productos de la marca o actualizaciones. Veamos mi experiencia.